Prime-time LGBT:

el contrapunto entre las ficciones televisivas y el abordaje de la diversidad

Por Morena Pardo  

Como nunca antes en la historia, las dos tiras diarias del horario central en los canales más vistos de aire presentan historias que trascienden el paradigma cis-hetero. ¿Qué y hasta dónde hacen las ficciones por la visibilización de las existencias disidentes?


Con apenas un par de toquecitos al control remoto, un breve zapping permite ir de una a otra: en El Trece, la problemática tira juvenil Simona muestra dos jovencitos enamorándose, mientras que Telefé da lugar en su 100 Días para Enamorarse a la historia de un varón trans y otros relatos que trascienden lo cis-hetero. Si bien el foco generalizado viró hacia esta última por ser pionera en abordar la identidad de género en el prime-time, pensar ambas tiras en un mismo contexto permite profundizar la valorización o la crítica de cada una. 

 

Hace un par de semanas, el hasta entonces personaje de Juani (interpretado por la joven Maite Lanata) en 100 Días para Enamorarse se plantó ante su mamá Antonia (Nancy Dupláa) y le dijo que ya no podía ser su hija porque se sentía varón. En una escena posterior que fue ampliamente festejada por su potencial pedagógico, madre e hijx van juntxs a un encuentro con una psicóloga interpretada por Sandra Mihanovich (elección de elenco no menor teniendo en cuenta que es una de las pocas actrices abiertamente lesbiana y referenta de la comunidad), quien explica con claridad y en pocos minutos la diferencia entre identidad de género y orientación sexual, y las combinaciones posibles entre ambas.  

 

Es que antes de expresar su identidad de género y llamado Juan (en vez de Juana o Juani, su nombre previamente asignado), el personaje había blanqueado su preferencia sexoafectiva por las mujeres a partir de una relación con Emma, una compañera de curso. La psicóloga aclara que entonces Juan, al menos por ahora y según sus manifestaciones de deseo, es un varón trans heterosexual. Más adelante, Antonia repite el ejercicio y la explicación con sus amigas Laura (Carla Peterson) e Inés (Jorgelina Aruzzi). "Nosotras somos todas cis", afirma. "Paul es gay pero también es cis", dice respecto del hermano mellizo de Laura, personaje que interpreta Ludovico Di Santo en la tira.

 

 

La decisión misma de articular esta trama en una tira del prime time resultó un acierto. Haber buscado asesoramiento en referentes del colectivo LGBTI, su abordaje pedagógico y sensibilizador, la visibilidad al colectivo de varones trans y las actuaciones (sobre todo la de Maite Lanata), son reconocidas y elogiados por los medios, las redes y, sobre todo, las audiencias: 100 Días para Enamorarse es el programa de aire más visto de su franja horaria. 

 

También hubo críticas a la forma de representación, por ejemplo que la escena con la psicóloga refuercen la patologización del colectivo. Hay que reconocer que muchas veces son obligado a someterse a consultar psíquicas o psiquiátricas contra su voluntad o para acceder a los recursos. Pero la objeción más recurrente, en un marco donde el colectivo reclama cupo laboral para personas trans, fue que sea una actriz cis quien interprete el rol de un varón trans. 

 

Este reclamo se sostiene hace tiempo en Estados Unidos y con casos ejemplares como  Transparent, pero llevan años de ventaja en la producción de contenidos inclusivos, mientras que aquí cinco años después de la sanción de la Ley 26743 de Identidad de Género se incluyó un personaje trans en una tira del prime time (el único antecedente es Flor De La V en Los Roldán, en 2004, pero todavía bajo otro paradigma). Podría haber salido muy mal, pero sale bastante bien. 

 

Podemos hacer una lectura del contexto televisivo en el cual aparece la historia de Juan en 100 Días para Enamorarse. En la televisión argentina hay poco o nulo lugar para la diversidad (la mayoría es exclusivamente blanca, flaca, de clase media o alta, cis y hetero), y la tira diaria, como género, es el núcleo duro de una hegemonía que cada vez se vuelve más rancia. Todo se sostiene en el viejo del modelo costumbrista que históricamente (o de un tiempo a esta parte) sustenta la totalidad de los relatos ficticios made in Buenos Aires (decir Argentina sería una mentira). Se sigue replicando el modelo a pesar de que del otro lado de la pantalla lo estemos transformando todo. 

 

Descontando los programas unitarios, donde siempre hubo lugar para otro relatos; las tiras diarias siguen encerrando, en el fondo, historias de amor romántico y heterosexual inviable por alguna diferencia de clase, estereotipada hasta el hartazgo. Todo eso es Simona, la competencia de 100 Días... en el prime time. 

 

Patriarcal por donde se lo mire

 

Ya que Simona sostenga a Juan Darthés en el elenco como uno de los adultos protagónicos aún después de la denuncia de Calu Rivero y otras mujeres, es decir: un tipo acusado de abuso en una tira dirigida a un público juvenil, deja a la vista la liviandad con que se abordan las denuncias. 
Además los protagonistas, o sea los involucrados en la historia de amor romántico y heterosexual, son tres: Simona (Ángela Torres) y los hermanos Romeo (Gastón Soffritti) y Dante (Agustín Casanova). Los varones viven en la mansión de su tío donde ella, obvio, la mucama. La imagen de una casi niña con uniforme de "ama de llaves" (¿eso existe realmente en algún lugar de Argentina?) es contradictoria por no decir inadmisible en el contexto de la revolución de las hijas y donde las pibas están cada vez más empoderadas.

 

El abordaje de las relaciones sexoafectivas pero también de las amistades es patriarcal por donde se lo mire. Para llenar la cuota de diversidad al menos por corrección política en un marco tan hegemónico, incluyeron un relato gay: Junior (el hermano más chico de los otros dos) y Blas (un viejo amigo de Romeo). El canal venía de una experiencia altamente exitosa con la pareja lésbica Flozmin en Las Estrellas y podría haber sido interesante abordar el proceso de dudas, deseo y represión que transcurre en la adolescencia con el descubrimiento de la sexualidad por fuera de la norma. 

 

Podemos decir que hubo intentos valiosos, como algunos contrapuntos con el papá biológico de Junior que se presenta como macho modelo argentino homofóbico. La historia de #Blasnior fue lanzada demasiado rápidamente y sin piedad por el tobogán del relato heteronormado: si bien son dos pibes de veinti, se van a vivir juntos, se comprometen al poco tiempo de empezar a salir, y ahora Junior quiere adoptar un niño. También hay celos por todos lados y un abordaje bastante cuestionable de la salud mental de Junior: internación en un psiquiátrico y un médico manipulador que le cambia pastillas.

 

 

Otro vicio en el que cae Simona con su abordaje es no nombrar la sexualidad de sus personajes. Constituye una gran deuda de las ficciones diarias con la diversidad, casi ningún personaje nunca se nombra y si lo hace es como "gay". Blas primero rechaza a una chica diciéndole que le gustan los chicos y después sale con ella relativizando su preferencia, pero tampoco se nombra bisexual; Junior sí se nombra gay en algunos momentos. Hacia afuera la relación se presentó como "una historia de amor sin etiquetas": los autores progres piensan que es super moderno borrar esas "etiquetas", cuando en realidad invisibilizan identidades que necesitan, siguen necesitando, pantalla, voz, representación. 

 

El fandom buscado o esperado efectivamente existe: en Twitter hay cierto furor por Blasnior y los recortes de sus escenas son subidos sistemáticamente a YouTube. Pero ocurre algo curioso: la mayoría de lxs fans de la pareja son chicas jóvenes o adolescentes. A diferencia de Flozmin, donde las seguidoras eran fundamentalmente pibas no-heterosexuales que encontraban en esa pareja ficticia una motivación para afirmar sus propias identidades o incluso hablar del tema con su entorno afectivo, con Blasnior no pareciera ocurrir lo mismo. ¿Sirve en la misma medida esta historia a los varones no-heterosexuales? ¿Se ven reflejados ahí? 

 

El núcleo del hueso

 

Acá posiblemente esté lo más importante de cualquier representación de identidades LGBTI y es reiterar una pregunta: ¿les sirve al menos a algunas personas para visibilizarse o empoderarse en su entorno? Obviamente, ninguna historia gustará ni representará a la totalidad de un colectivo compuesto de infinitas experiencias y subjetividades, apuntar a eso o pretenderlo sería un error. Pero sin dudas algunas historias calan más hondo que otras. Y no es tan osado afirmar que la historia de Juan le está sirviendo a varones trans. Al menos eso contó la propia Maite Lanata respecto de mensajes de agradecimiento que recibe. O Lautaro Giménez, uno de los varones trans que en la tira hace de Andrés, un amigo que Juan conoce en las reuniones grupales coordinadas por la psicóloga (quizás la demanda por incluir actores trans empiece a saldarse).

 

 

El abordaje de la historia de Juan no es lo único que hace bien 100 Días y lo que la hace una tira superadora en un género que, un par de canales de diferencia, sigue atrasando. Para sintetizar: en el capítulo 43 (emitido el 18 de julio) se mostró positivamente una toma de un colegio, apoyando a Juan frente a la directora que pretende echarlo por usar el baño de varones; un chape gay entre los personajes de Ludovico Di Santo y Michel Noher, que mantienen una relación intermitente; una escena de seducción lésbica Julieta Zylberberg queriendo abordar a Carla Peterson y lectura en voz alta de fragmentos de la Ley de Identidad de Género

  

Y hay más. El profe Fidel (Michel Noher) usa lenguaje inclusivo en el curso desde que Juan expresó su identidad. Ahora se están abordando los noviazgos violentos a partir del personaje de Amparo, sobrina de Fidel, y compañera de curso de Juan. El personaje de Aruzzi se entera de que su marido Javier (Juan Gil Navarro) tiene otra mujer, pero en vez de enemistarse con ella, se unen en sororidad contra el varón que tienen en común.


Si bien la trama central versa sobre la pareja de Peterson y Minujín, y un período de 100 días separados que se dan para decidir si continuar juntxs o romper definitivamente, la relación que marca el pulso de la historia es la amistad entre Laura y Antonia. Además, ambas actrices se han manifestado públicamente a favor del aborto legal y Dupláa incluso usó el pañuelo verde en la tira. Si las audiencias responden, si la pedagogía funciona, si la visibilidad cumple su propósito, si las redes celebran y si los grupos más nefastos piden darlo de baja, es porque 100 Días para Enamorarse está dando en varias teclas a la vez. 

 

Más allá de las apreciaciones que se puedan hacer sobre uno y otro producto, sin dudas lo altamente valioso es que cualquiera de estas historias de la diversidad puedan ingresar potencialmente a cualquier hogar por el aparato televisivo. 

 

Hasta no hace mucho, ante la ausencia total de historias LGBT en las ficciones, no quedaba otra que celebrar cualquiera que apareciera sin mucho lugar para la crítica. Si hoy estamos en condiciones de escrutar los productos del prime time, de compararlos y de hasta elegir un favorito, es porque hay algo que también se está transformando ahí, de ese lado de la pantalla. Eso sí, conformarse y cerrar el debate jamás. Marcar lo que falta y lo que necesita ajuste siempre, sigue siendo válido y necesario, para avanzar hacia una televisión que de lugar no sólo a la diversidad, sino también a la disidencia.

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