Libres hasta con nuestros abortos
María Sucarrat
Anita Da Silva y Natalia Bordesio para Manifiesta
Tuvo mellizas a los 12. Trillizos a los 14. En el medio "uno que nació solito". Tiene poco más de 30 y estudia primer año del secundario. Escribe como los dioses. Nadie le enseñó, lo aprendió sola. Es amorosa, bella, muy pobre. Tuvo nueve partos pero tiene seis hijos e hijas. El resto fallecieron, cuenta.
Nunca nadie le enseñó que tenía opciones.
Abortó a los 16 años. A escondidas de sus padres. El novio le había dicho que usar preservativo iba en contra de la fidelidad. Salió mal el aborto, practicado a una altura en que la numeración de la avenida Rivadavia tiene cinco cifras. Días después, por las hemorragias, la adolescente terminó internada. Al salir del quirófano, ya en la cama de la habitación, el anestesista le apoyó la boca en la oreja y entre susurros que apenas podía entender, le dijo que era muy linda y la invitó a salir. Con baba colgando de la boca, la piba lo mandó a la mierda.
Nunca nadie le dijo que podía decir que no.
Norma Cuevas expuso en el Congreso la historia de Ana. Dijo cómo un sacerdote católico, desde la radio de su pueblo en Santa Fe, la acusó de "asesina" por pedir el aborto para su hija, enferma de cáncer. Explicó que los médicos le decían "Queremos que te lleves a los dos, a tu hija y al bebé". Pero Ana murió. Tenía otros tres hijitos para pelear que hoy están solos.
No la escucharon a Norma. Su hija murió.
Las monjas la sacan de la clase delante de sus compañeras y la hacen poner de rodillas en la capilla del colegio. "No te va a alcanzar nunca todo lo que reces después de lo que hiciste". Y ella reza y llora porque no tiene ni la más remota idea de que su decisión fue la única posible, la correcta.
Nunca nadie le dijo que podía no dejarse someter al escarnio público.
Es un hecho de la realidad que hay más muertes entre quienes son pobres y menos entre quienes habitan la clase media o alta. Por eso el argumento de despenalización del aborto en nombre de las personas más pobres, de más bajos recursos, indigentes, por debajo de la línea de pobreza, o como se quiera nombrar -aunque no todo es lo mismo-, es sumamente valioso. Sin que entre en juego la clase, sin que entre en juego la diversidad, la lucha es de quienes tenemos la capacidad de gestar. Eso es lo que somos y sobre lo que somos tenemos total e intransferible soberanía.
Desde la Conferencia Mundial de Derechos Humanos, en Viena, en 1993, se luchaba fuerte por la despenalización del aborto. Las Madres de Plaza de Mayo conservan en sus archivos algunas de las discusiones. Sin embargo para la Argentina, el tema siempre fue menor. Y lo sería hoy también si no estuviéramos haciendo tronar nuestras voces en las calles de todo el país.
Si se pudiera, de alguna manera, trasladarse la discusión a otras cuestiones: una muela que hay que extraer, la venta de un auto cuya titularidad es doble, la elección de las comidas de los hijos e hijas, el aborto entraría naturalmente en la enumeración, como un ítems más. Nadie lo cuestionaría. Y lo común, lo normal es dado, no se produce, está.
El aborto seguirá existiendo. Bien o mal hecho, con riesgo o en condiciones óptimas de asepsia. Por eso iremos, una tras otra tras otra, a las reuniones informativas del Congreso de la Nación, a explicar, en un ejemplo magistral de mansplainning, por qué el aborto debe ser despenalizado, por qué es natural que decidamos sobre nuestros cuerpos, por qué es menester que nuestros derechos sean iguales a los de los varones. Y aún así, si lo logramos, será un golpe de suerte, o un golpe de fuerza siempre colectiva. Una guerra ganada, cansadora, aburrida, innecesaria, como las que libramos para que los machos comprendan, acepten, respeten. (Esta columna daría para mucho más si al lado de machos agregamos "y muchas mujeres" pero no es momento para esa discusión).
Que nadie sufra más. Que nadie tenga que dar más explicaciones. Porque, como dice Norma Cuevas, sólo pedimos que nos den una oportunidad para vivir. Una oportunidad para que los hijxs no se queden más solos. Para que las chicas de cualquiera de las diversidades sexuales elegidas o por elegir se entreguen al goce sin miedo.
Ya habrá tiempo para juzgar a los que se erigen en dueños y dueñas de brindar esa oportunidad que por derecho nos pertenece. Y ese tiempo llegará porque luchar por lo que es nuestro es algo a lo que estamos muy acostumbradas. Lo único que importa es lo que realmente somos: libres hasta con nuestros abortos.