La película francesa dirigida por la actriz Eleonore Pourriat plantea un mundo donde los roles y las opresiones de género se invierten*, para darle una lección a un machista empedernido.
¿Qué hubiera pasado si la historia hubiera devenido de otra forma? ¿Si en los sucesivos puntos claves de la evolución humana las mujeres hubieran ganado, por selección natural primero y por imposición política después, el poder que en la versión que conocemos detentan exclusivamente los hombres? ¿Las opresiones funcionarían exactamente al revés y viviríamos en una suerte de matriarcado? "No soy un hombre fácil" ("Je ne suis pas un homme facile"), la comedia dramática francesa producida por Netflix, coquetea con esas preguntas.
Pero el objetivo de la actriz Eleneore Pourriat, directora del filme (quien ya participó y gestó otros proyectos con premisas similares), no parece ser ahondar sobre los motivos por los cuales el mundo es como lo conocemos y no de forma exactamente opuesta, sino postular este universo paralelo para que Damien (Vincent Elbaz), su protagonista, aprenda una lección sobre opresión.
La premisa de la peli es sencilla pero no por eso poco compleja. Damien es un parisino treintañero, atractivo, exitoso y profundamente machista. En su trabajo, desarrolla aplicaciones sexistas que sus pares varones y su jefe varón celebran. Las mujeres son apenas su territorio de conquista: les hace comentarios indeseados sobre sus cuerpos, coquetea con todas y cada una para ver cuál cae primero. Su mejor amigo escritor tiene una esposa embarazada a la cual le es infiel y a la cual descuida mientras ella se encarga de la crianza de lxs hijxs y el hogar que comparten.
Pero un día el destino decide darle una lección profunda: Damien se da vuelta para acosar verbalmente a dos chicas en la calle, se lleva puesto un poste y queda desmayado. Se despierta del golpe en un mundo tan distinto que hasta lo primero que ve es determinante: el cartel del famoso cementerio "Père Lachese" dice "Mère Lachese". Lo atienden dos bomberas. En la calle hay mujeres de pantalones largos y hombres en short y top.
"No soy un hombre fácil" está planteada como una comedia, pero se vuelve dramática al poner en escena el modus operandi del patriarcado (aunque invirtiendo la ecuación) en todos sus niveles y echar luz sobre los estereotipos de género que lo sostienen. Y allí es donde el filme forja su valor y su potencialidad, más allá de que esta fórmula "de la inversión" resulte cuestionable. Desde un punto de vista cinematográfico, por falta de originalidad (son muchas las películas que ya apelaron a esta estrategia narrativa para dar lecciones a sus personajes moralmente dudosos). Desde un punto de vista crítico y feminista, por la peligrosidad que pueden cosechar algunas lecturas.
Lo interesante del planteo es que el mundo alternativo es exactamente tal como lo conocemos, sólo que las mujeres ostentan todos los lugares de poder y privilegio. En los lugares de trabajo, las mujeres son mayoría y las ideas de los hombres son ninguneadas y eventualmente descartadas. Las mujeres ocupan todos los cargos políticos y hasta son las figuras dominantes de las religiones. ¿La Santísima Trinidad? Tres mujeres, claro.
En las casas, todas las tareas de cuidado son de los varones. Las mujeres son proveedoras financieras y después se dedican a tomar cerveza y mirar deportes (jugados por mujeres). Una escena maravillosa: las mujeres paren de pie. Los cuerpos cosificados son siempre los de los varones: en las publicidades, en la calle, en los clubes de stripers. La fuerza física es patrimonio de las mujeres: a ellas se asocian todas las fortalezas y a los varones todas las debilidades.
En la superficie del trasfondo conceptual, está el eje narrativo: "No soy un hombre fácil" ostenta, como en toda buena comedia francesa, una historia de amor. Damien dura muy poco en su antiguo trabajo y se ve obligado a oficiar de asistente de Alexandra (Marie-Sophie Ferdane), una escritora exitosa que se ocupa de acostarse con cuanto hombre se le cruce (a modo de colección de conquistas) y se ríe de la lucha "masculinista". Damien y Alexandra se pelean, se detestan y se atraen. Es que Damien, justamente, no es un hombre fácil. Al menos no como lo entendía la RAE hasta hace poco en relación a las mujeres: las que se prestan "sin problemas a relaciones sexuales".
Los estereotipos de belleza y las demandas para los cuerpos también son las mismas: los hombres deben estar depilados, flacos, bellos, y mostrarse seductores (usar ropa ajustada, corta, vistosa, zapatos con tacos) para las mujeres. Las mujeres pueden conservar su vello corporal, andar con el torso desnudo, no tener un cuerpo hegemónico, vestir ropa holgada y cómoda (trajes, boxers, zapatos sin tacos).
"¿Por qué tenemos que mostrarnos masculinas para dominar el mundo? ¿No podemos ser femeninas y estar al mando de todo?", cuestiona una espectadora en Twitter. "Un mundo dominado por mujeres no sería así de machista", se queja otra. El problema de esas lecturas es que conservan las ideas binarias de "lo masculino y lo femenino" que conocemos hoy y que son producto de siglos de historia de hegemonía patriarcal: aquello que asociamos a "lo masculino" es lo relativo a los varones en tanto modos de vestir, de hacer, de estar en el mundo, pero que también son resultado de una historia de privilegios. Ellos hicieron las reglas y casi todas los benefician.
La pregunta que subyace entonces es: ¿si las mujeres hubiéramos dominado desde el inicio, hubiéramos elegido depilarnos, usar tacos, maquillarnos, usar ropa interior invasiva, ser solidarias con todxs, no oprimir a las identidades que no se corresponden con la hegemónica, es decir la nuestra? Es imposible saberlo, porque el mundo es otro. Pero el interrogante sin dudas incomoda. ¿De haber dominado, hubiéramos creado un mundo con las mismas características que hoy le cuestionamos al patriarcado? Aunque a las feministas nos encantaría pensar que no, una respuesta definitiva no es asequible.
Sin dudas no es la sociedad que construiríamos al emanciparnos de milenios de opresión, ahí el feminismo es claro: queremos la igualdad. ¿Pero la hubiéramos garantizado al revés?
Y creo que allí es donde la tesis de Pourriet se carga de potencial: el planteo es eficaz sin dejar de ser polémico, de molestar. Por un lado, la inversión funciona no sólo para darle una lección a Damien en la ficción, sino a todos los espectadores varones fuera de la pantalla.
Quizás, como el personaje, se indignen al verse en el rol de víctimas y puedan darse cuenta que, en un sistema pensado para las desigualdades de unxs y otrxs, habían estado viviendo como victimarios. Eso le dice Damien a su psicóloga. Es que a diferencia del resto de los varones de ese universo paralelo, que son sumisos y aceptan su suerte como oprimidos, Damien conoció los privilegios. Sabe lo que es tener derechos y, aunque se adapta, también se resiste.
Por otro, parece querer demostrar que el hecho de que los varones dominen es mero azar histórico, que no hay nada "natural" en el modo en que son las cosas. Que las mujeres no somos "buenas" y los hombres "malos" por genética. Sino que todas las características, los roles y los privilegios que cada unx tiene y de los que carece fueron prolijamente construidos y obedientemente apre(he)ndidos. Y si es así, entonces pueden deconstruirse y desaprenderse. En este último punto se vislumbra claro el mensaje feminista de la película, la luz argumental: las cosas pueden dejar de ser así. El patriarcado se puede caer. Se va a caer.
La película es tan atinada en sus modos de invertir escenarios que dan ganas de analizarlos y recrearlos todos. Al fin y al cabo, "No soy un hombre fácil" pone de manifiesto aquello que decía Judith Butler: el género es (apenas) performativo. Si se abandonan los propios prejuicios propios, sin ser una gran obra del cine, la película francesa se vuelve territorio fértil para problematizar los estereotipos, llamar al debate y alentar a la deconstrucción de las desigualdades.
*A lo largo de esta nota se utilizaron los conceptos de varón y mujer de la forma binaria y limitada en la que están planteados en la película, no por omisión de que existen múltiples identidades disidentes que escapan a estas nociones.