A contramano del mundo. En el aniversario de los 50 años de Stonewall, se anuncia la condena a un año de prisión "en suspenso" a Marian Gómez por besar a su esposa Rocío Girat en el espacio público. Bajo las figuras de "Resistencia a la autoridad" y "lesiones" el poder judicial da un golpe disciplinante al colectivo LGBTIQ+ cargado de lesbo-odio y atropellos a las libertades personales.
Es indescriptible la violencia simbólica desplegada en el recinto. Solo asimilable a la persecución que genera que Marian hoy no pueda caminar tranquila por la calle si ve un policía y a la violencia, también económica, de que una chica de origen popular tenga que cargar con los gastos del juicio. Al Estado, al cual hoy representó Marta Yungano, no le alcanzó con golpearla, reprimirla, encarcelarla y perseguirla judicialmente: también le hace pagar los gastos que eso implicó.
La lesbofobia judicial tiene caras, nombres y un cinismo inaudito vestido en pieles. La Fiscal Diana Goral ostenta el gesto arrogante tanto como los anillos que cuelgan de sus dedos o los tacos de acrílico de quince centímetros con punta acharolada, mientras le murmura a la seguridad del lugar a quienes de las que estamos adentro debería "marcar". La jueza complementa el circo dispuesto para el adoctrinamiento con una burla al retirarse después del fallo que constituye una vergüenza nacional para las políticas de derechos humanos que nuestro país supo conquistar.
Éste párrafo no debiera estar en primera persona si Yungano no hubiera mirado directamente a los ojos a la lesbiana visible que escribe la nota, si no me hubiera mirado, para reirse y saludarme cuando le grité que ésta justicia, la justicia odiante y vergonzosa que ella representa, también se va a caer.
Esta dupla, la de Marta Yungano y Diana Goral, son la mugre judicial que no llega a limpiarse cuando repasan los tapetes. Son el tumor anquilosado del país al que nunca quisiéramos volver, y ojalá nunca hubiésemos sido. Un dúo que no resiste una simple búsqueda en google sin que salte en las primeras líneas un escrache por liberar abusadores de menores.
La intención de la jueza Marta Yungano fue dejar una marca, hundir las huellas del patriarcado en el cuerpo de lesbiana de Marian Gómez. Una marca para que la policía identifique y sepa que la próxima no zafa de la prisión y para que ella piense a quién está permitido besar en la calle y a quien no. El objetivo final fue reforzar la persecución a quienes nos fugamos de la normalidad que se nos impone.
La Doctrina Chocobar, los cientos de muertos por gatillo fácil y este como tantos otros casos de matriz odiante son también el resultado de cuatro años de un régimen político que avala la violencia y el disciplinamiento como control social, que reprime la violencia que generan sus medidas económicas con más violencia. Violencia que siempre, pero siempre, está alojada en los mismos cuerpos: los nuestros. Macrismo es hoy el nombre de la injusticia. Macrista de pies a cabeza es este fallo irrisorio.
Escuchar a Marian romper en llanto y gritarle en la cara que "son los abusadores de menores los que tienen que estar presos, no los besos que nos damos". Verla desvanecerse ante el impacto de salir y encontrarse con una calle entera que canta "Marian, escucha, tu lucha es nuestra lucha" o la misma impotencia colectiva que ardió en los ojos de cada une ahí presente son los vestigios de una revuelta que hace 50 años cruzó el continente. Desde Manifiesta nos preguntamos ¿cuál será nuestra propia revuelta? Quizás la de octubre.